Montaner en su laberinto o el marxismo en el reino de lo indemostrable
Mario Rodríguez Pantoja
Le sucede a cualquiera.
Un día disientes con Haroldo Dilla sobre el desastre económico y
social de Haití y al siguiente te das cuenta de que sólo vertiste
“opiniones escasamente demostrables” porque el tema era “muy
subjetivo”; reconoces que tu desencuentro del día anterior con
Dilla fue sobre algo de extrema intrascendencia: un estado pasajero
de tu mente sin apenas vida fuera de tus opiniones, escasamente
demostrables.
Si para Carlos Alberto
Montaner “las razones” del desastre haitiano son tan subjetivas
que no inspiran “debate memorable”, podríamos preguntarnos si
sus apreciaciones sobre las del castrismo merecen mejor destino. Pues
no se vería por qué “las razones” de ambas catástrofes no
deban conceptuarse como metafísicamente equiparables; es decir, por
qué en uno de los casos podría llegarse a un conocimiento fiable y
en el otro sólo a opiniones “escasamente demostrables”. De todos
modos, ha de reconocerse a Montaner su honradez al restar importancia
a lo que haya podido decir sobre ese mar de suertes “diametralmente
opuestas” con más de una historia nacional cuyas trayectorias
específicas le resultan “difíciles de precisar”.
El tema del marxismo
parece harina de otro costal. No es subjetivo y además muy simple;
se reduce esencialmente -según Montaner- a dos frases “disparatadas”
de Marx: la subversión de la sociedad burguesa por medio de la
violencia y la plusvalía como explicación de la ganancia.
Un disparate debería
valer lo que una opinión “escasamente demostrable”: nada. Pero
en el caso de los disparates marxistas no resulta así, a juzgar por
el impresionante número de personas que en el último siglo y medio
se ha convertido a esta fe. Gente que no sólo la ha conservado
limpia de polvo y paja -piénsese en la voluminosa “cháchara” de
“marxismo irreal” que envuelve a estos disparates-, sino que
hasta ha conseguido transformar el ubérrimo y disparatado Verbo en
organizaciones tangibles de gobierno. Marx no sólo sería el
Espíritu Santo de la comunista concepción; sino que simultanearía
esta prerrogativa con los oficios del Maligno. Marx es un corruptor
de hombres y pueblos, y sus discípulos son homicidas o cómplices de
homicidio.
Hasta los disparates más
disparatados cobran sentido en el contexto que los produce, pero por
algún motivo la racionalidad del marxismo no resulta de interés
para su exposición montaneriana. Montaner sólo nos dice que se
trata de ocurrencias horrorosas transmitidas sin apenas modificación
entre las sucesivas oleadas de discípulos de Marx, y que la
susodicha “superstición” fue contada y engullida sin novedad
reseñable hasta que se hizo popular en determinados medios
intelectuales del imperio zarista, sabrá Dios por qué. Lo más
parecido a una explicación que ofrece la narración montaneriana es
que tanto los individuos como los regímenes comunistas catalogados
en ella son formas metamorfoseadas de un par de estupideces brotadas
misteriosamente de una cabeza.
En cuanto a los
individuos de la mencionada filiación, ya veíamos que Montaner los
describe como gente que incita y practica el homicidio. Pero como
ningún individuo nace comunista, ni aun en la versión montaneriana
del marxismo, el homicida comunista tiene por fuerza un pasado no
comunista, por lo que su comunismo sería fruto de un contagio con
ciertos disparates. Antes de hacerse comunista y homicida pudo hasta
haber sido amante del género humano. Pero el contacto con ciertas
palabras lo transforman en monstruo. Según la lógica montaneriana
en todo comunista hay, pues, una víctima de hechicería o
encantamiento, o de otro efecto paranormal cualquiera del vocabulario
materialista sobre las personas. El Stalin y el Fidel Castro
históricos podrían ser meros posesos de acuerdo con la teoría
montaneriana de la superstición transmitida; individuos desdichados
carentes de voluntad o libre albedrío que, en lugar de repulsa,
hubieran merecido la ayuda de un exorcista.
Otra caracterización del
individuo comunista que podría ser derivada de los fundamentos
montanerianos dividiría a éstos básicamente en dos grupos. Uno de
ellos -reducido y selecto- usaría el marxismo a la manera
volteriana. El otro -abrumadoramente mayoritario- lo integrarían
quienes llegan a creerse el cuento, más cierto número de incrédulos
que por razones diversas deciden simular que creen. Con esta
suposición comenzaríamos a deslizarnos del individuo a los
regímenes, aunque antes de entrar de lleno en el contenido que
Montaner les confiere, desearía resaltar que todo el que concordase
con que la personalidad comunista se desdobla en los diferentes tipos
relacionados más arriba por mí, no podría dar por buena la
presunción comunista de un personaje como Fidel Castro sin incurrir
en la ingenuidad de muchos de sus súbditos.
Pues bien, del régimen
comunista y su credo Montaner asegura más o menos lo siguiente: el
marxismo no es como las teorías de Spengler y Ortega porque contiene
un programa de transformación social por medio de la violencia. Los
sistemas comunistas siempre acaban desplomándose. Las dictaduras
comunistas persiguen la abolición de las clases sociales
antagónicas. Los sistemas comunistas se proponen la felicidad
definitiva por medio de la supresión de la propiedad privada y la
consiguiente colectivización de los medios de producción. La
sociedad comunista persigue prescindir de jueces y leyes y regirse
por los impulsos altruistas del ser humano. Otras fantasías al
respecto que me permito recordar a Montaner, salieron del examen
marxista de la Comuna de París. Marx aseguraba que los comuneros
habían descubierto de manera espontánea la forma política del
período de transición al comunismo. Dicha forma era ante todo una
demolición consistente más o menos en esto: eliminación del
ejército profesional y de la casta militar, eliminación de la
policía política, eliminación de los gastos de representación de
los funcionarios, reducción drástica del salario de los servidores
públicos, etc. Marx aseguraba que esta malograda dictadura
proletaria había realizado, mientras existió, la aspiración
liberal de Estado mínimo.
¿Qué ocurrió cuando se
quiso construir la Rusia soviética? Pues que se llenaron de presos
los calabozos de la policía política, que ni el ejército ni las
jerarquías ni la alta oficialidad privilegiada desaparecieron con la
URSS, que millones de personas fueron asesinadas, que se instituyó
el Gulag, el partido único y la tiranía de un caudillo implacable;
que se formó una abultada y ruinosa burocracia, que se liquidaron
las libertades, que los ciudadanos pasaron a ser súbditos, que se
produjeron hambrunas, que se instauró un raquítico tejido
empresarial, etc., etc., etc.
Otro modo de expresar
exactamente el mismo punto de vista montaneriano sería éste: las
intenciones de los comunistas rusos eran buenas (altruismo, supresión
de antagonismos, felicidad) pero no llegaron a buen puerto, los
regímenes comunistas son la negación de todos los preceptos
teóricos de la ciencia socialista (pues en ellos se tortura, se
espía, se asesina, se suprime la libertad de la mayoría), el
comunismo es irrealizable por principio, el comunismo no ha existido
jamás (o al menos el pretendidamente realizador de los “disparates”
de Marx). Y lo que no se ha construido no puede desplomarse.
De todos modos, me parece
un tanto imprecisa y hasta extravagante la sabiduría de Montaner en
materia de comunismo. El ruso en particular -que sería la madre del
cordero marxista- no tenía libertades que suprimir. Tal vez Montaner
no lo sepa, pero con anterioridad al triunfo bolchevique había una
monarquía encabezada por déspotas que emulaban en crueldad con los
secretarios generales del PCUS, había campos de trabajo forzado, se
vivía de hambruna en hambruna y el tejido empresarial era raquítico
por llamarle de alguna manera. La monarquía zarista, además,
compartiría formalmente con el estalinismo eso de sostenerse en
ideas disparatadas como la del derecho divino de los reyes. Supongo
que la escasa información manejada por Montaner será lo que lo
habrá llevado a creer que fue en la jerga de Marx y no en el
histórico y tangible imperio de los zares donde germinó el
semillero de la Rusia soviética, prolongación desarrollada del
régimen autocrático del cual brotó. No es mero recurso expresivo
el que Zar Rojo sea uno de los apelativos con que se conoce a Stalin.
Por si acaso, adelanto
que el régimen castrista tampoco tiene su raíz en un par de
párrafos escritos por Marx (en el Manifiesto y una carta a no sé
quién) como sugiere Montaner, sino en la evolución de nuestra
peculiar República agrario-azucarera, idea ésta que ya esbocé en
unas notas sobre el «comunismo de guerra».
Al final de la
disertación montaneriana sobre marxismo y dictaduras comunistas nos
encontramos de sopetón con que el supuesto fallo insalvable del
comunismo sería la incapacidad de éste de adaptarse a la
“naturaleza humana”. Desafortunadamente Montaner salta de la
mencionada incompatibilidad a hablar sobre liberalismo, dejándonos
sin saber siquiera por inferencia si personajes como Bujarin,
Sverdlov, Gorki, Escalante, Carpentier u Ochoa compartían también
esa “naturaleza” o eran seres de otra galaxia; si era gente
enferma o si en realidad mentían diciendo que eran una cosa cuando
en realidad llevaban una existencia al margen del raquitismo, la
hambruna, la falta de libertad, etc. ¿Se trataba de gente para la
cual el marxismo era un grillete colocado al tumulto?
Agrego, para concluir,
que como no existen diferencias de principio entre las organizaciones
zarista y bolchevique de la sociedad, a la “naturaleza humana”
que Montaner y Yakolev atribuyen al ruso habría de reconocérsele
una capacidad impresionante de sometimiento al despotismo. La
historia de Rusia evidenciaría que un orden de cosas que inhibe con
brutalidad a la mencionada “naturaleza” puede ser soportado sin
reacción suficientemente enérgica de ésta como para dar al traste
con la dominación salvaje. Los motivos de esperanza en torno a la
eficacia antiautocrática o antidictatorial de la abstracción
montaneriana se reducirían a cero cuando se mirase a la organización
social que ha sustituido al “comunismo” soviético, pues tampoco
es adecuada para la “naturaleza” del ruso, o al menos así lo
pensarían Anna Politkovskaya y Alexánder Litvinienko, y continuarán
creyéndolo las rockeras de Pussy Riot o el ex campeón Garry
Kaspárov, por sólo mencionar un mínimo de casos. Por su parte, la
historia de Cuba también pone de manifiesto que la “naturaleza
humana” del montanerismo no es remedio santo contra la
esclavización de un pueblo.