Pasaje
de una batalla por el materialismo*
Mario
Rodríguez Pantoja
En los días en que la perestroika parecía corresponderse con mis esperanzas, arribaba al
Departamento de Filosofía en que hacía poco yo había empezado a
trabajar un joven graduado en la Universidad de Rostov del Don, que me parecía entonces un insuperable compañero además de
exquisito maestro pese a su escasa edad. Lo que después fue de él,
el rumbo que prefirió, supongo que carece de importancia. Hoy he
hallado en un viejo soporte uno de los materiales que preparó para
la asignatura con que conquistó la admiración de muchos de nosotros
y me complace ver que aún me resulta provechosa su lectura. Éste es el texto:
SUGESTION
Y PENSAMIENTO MITICO ARCAICO.
Dr.
Rubén Zardoya Loureda.
I.
¿Qué no es el pensamiento mítico arcaico?
1.
Comenzaremos por circunscribir la realidad que llamamos “pensamiento
mítico arcaico” a través de la negación de las restantes
realidades sociales objetiva o subjetivamente vinculadas a ella.
Omnis negatio est determinatio. La interrogante “¿qué es el
pensamiento mítico arcaico?” se nos presenta, de manera
preliminar, en la forma de una interrogante negativa: ¿qué no es el
pensamiento mítico arcaico?
2.
En primer lugar, no es relato, fábula, leyenda ni folklore. Los
llamados relatos míticos, las narraciones de las acciones, aventuras
y desventuras de los ancestros, héroes y dioses, son el producto de
la ideación mítica tardía, propia de la época de desintegración
de las formas arcaicas de sociedad, basadas en el colectivismo del
trabajo y las relaciones de parentesco, o bien de épocas ulteriores.
Otro tanto debe decirse de las fábulas: breves recitados en los que,
por medio de una ficción alegórica, se ofrece una enseñanza útil,
moral o ejemplarizante; de las leyendas o relaciones de
acontecimientos que, nacidas espontáneamente de las tradiciones
populares o compuestas con fines literarios o religiosos, funden lo
maravilloso y lo histórico en un todo indiferenciado; y del folklore
o conjunto de costumbres, creencias y tradiciones populares de una
comunidad. El pensamiento mítico es o puede ser manantial y matriz
histórico de las fábulas, las leyendas o el folklore. Tratamos aquí
de ese manantial, no de la desembocadura.
3.
El pensamiento mítico arcaico no es una mera ficción, ni una forma
degradada de intelectualidad, ni una patología del espíritu o el
lenguaje. No es ni la acción ni el efecto del fingir, ni una
quimera, ni un antro de error y falsedad. En vista de que en el
lenguaje cotidiano contemporáneo existe una marcada tendencia a
identificar el término “mito” con todo tipo de engaños, trucos
y mentiras, es particularmente importante insistir sobre este punto
con el fin de que la Mitología como disciplina no pierda todo
contorno definido. El pensamiento mítico no es una forma imperfecta
de la verdad a la que, a lo sumo, puede atribuírsele cierta
verosimilitud (Aristóteles), ni una creencia desprovista de validez
objetiva, ni el producto de la “astucia clerical” (Diderot) ni,
en caso extremo, una sarta de tonterías nacida de la estupidez
primitiva. Igualmente insostenible resulta el intento (Freud) de
establecer un paralelo entre la vida psíquica de los “salvaje” y
la de los neuróticos y, sobre esta base, identificar los “temas
del pensamiento mítico” con toda clase de complejos de de Edipo,
obsesiones, zoofobias o frustraciones sexuales; así como el traslado
(Müller) de todos los “ídolos” y vicios de nuestro “lenguaje
civilizado” a los sistemas de comunicación lingüística en que
vivió objetivado el pensamiento mítico primitivo, con la finalidad
de presentar la mitopoyesis como una forma enferma de ideación,
contaminada por una suerte de virus lingüístico primigenio que en
algún momento se apoderó de todo el cuerpo de la cultura humana
incipiente. En todos estos casos, salta a la vista un
antihistoricismo a ultranza y la renuncia a todo análisis
sociogenético y funcional del pensamiento mítico a favor de un
reduccionismo lógico, psicológico o lingüístico.
4.
El pensamiento mítico arcaico no es modalidad de una forma lógica
universal suprahistórica, diferente del “pensamiento civilizado”
(científico, político, moral, artístico, etc.) sólo por la
“materia social” a la cual se aplica (Levi-Strauss); ni
-vinculado a esta concepción a pesar de la aparente oposición-
constituye una simple diferencia de grado con respecto a este
pensamiento, es decir, una forma cuantitativamente inferior en la
escala evolutiva de un mismo logos en esencia y cualitativamente
idéntico a sí mismo (Tylor y Frazer). La consideración histórica
elemental del desarrollo del espíritu humano, así como la profusión
de datos acumulados durante el presente siglo por la antropología
(en particular, por la paleoantropología) ha de apartar como
desprovista de fundamento empírico y teórico la idea de que el
pensamiento mítico arcaico y el pensamiento científico operan con
los mismos principios y las mismas reglas del razonamiento y la
argumentación. Es evidente que, en este caso, se produce una
nivelación cualitativa de las diferentes etapas del movimiento del
espíritu humano, que necesariamente conduce a la fetichización de
las estructuras (el momento estático) en detrimento de la historia
(el momento dinámico) y el torbellino de metamorfosis que ésta
entraña. Cabría preguntar si el pithecantropus alalus, al elaborar
las piedras cortantes con que desgarraba la carne de los grandes
mamíferos muertos, ya se servía de un “sistema categorial”
completo y operaba con las mismas figuras lógicas, estéticas,
éticas, o jurídicas con que opera el vendedor de periódico o el
científico de laboratorio de nuestros días. Consecuentemente
desarrollada, esta idea desemboca por fuerza en la conclusión de que
la Naturaleza o Dios engendraron al hombre espiritualmente hecho y
derecho, listo para volar al cosmos o sentarse en un pupitre en la
Sorbona. Con ello se elimina el problema básico de la
paleoantropología: el problema del origen y la formación de la
conciencia (el pensamiento) o, con más precisión, el problema del
origen y formación del trabajo consciente, como atributo o rasgo
distintivo del género humano.
5.
El pensamiento mítico arcaico no es una forma (o una expresión
verbal de una forma) prelógica de conciencia (Levy-Bruhl). Desde
este punto de vista, la determinación más profunda del mito se
encuentra en las peculiaridades de una “mentalidad primitiva” que
no posee medida común alguna con la mentalidad del “hombre
civilizado”. No puede dejar de recordarse que el planteamiento del
problema en estos términos lleva implícita la idea del desarrollo
histórico -sin cuyo concurso resulta literalmente imposible el
estudio científico teórico del problema del pensamiento en
cualquiera de sus formas históricas- y supone la afirmación de la
diferencia cualitativa entre la ideación mítica primigenia y la
ideación propia de las sociedades en que se ha destruido el sistema
de relaciones sociales asentado sobre el parentesco. El pensamiento
humano deja de ser considerado como un sistema consumado de
categorías, conceptos, algoritmos lógicos, principios y leyes, y el
problema de la génesis, configuración y metamorfosis históricas de
todas estas figuras ideales se presenta como un imperativo de
solución científica. Sin embargo, la diferencia tan tajante que
supone la oposición entre un “pensamiento prelógico” y un
pensamiento lógico resulta, más que cualitativa, sustancial (de
sustancia), lo cual, pese a los intentos en tal sentido, apenas deja
margen para cualquier solución de continuidad entre uno y otro. Las
condiciones sociales que generan la ideación mítica como su propia
mediación y finalidad interna permanecen a la sombra o son
consideradas un mero “contexto”. Por esta razón, lo mismo que en
el caso anterior, tampoco se realiza un esfuerzo serio por resolver
el problema de su génesis sociohistórica.
6.
El pensamiento mítico no es exclusivamente una forma simbólica
(Cassirer) una forma histórica de mediación sígnica (lingüística)
entre la naturaleza y el hombre. No cabe duda de que el pensamiento
(lo ideal) y, en particular, el pensamiento primitivo directamente
entrelazado con la actividad práctica y la comunicación lingüística
vive, se objetiva y se realiza necesariamente en el lenguaje, en los
sistemas de signos y significados, incluidos los símbolos, cuya
naturaleza interindividual hace posible la comunicación entre los
hombres. Pero el pensamiento no es el lenguaje: ni siquiera el
pensamiento mítico arcaico es una realidad de orden exclusivamente
lingüístico, sino una indiferenciación de pensamiento y lenguaje
en el proceso de la actividad humana. Signo y objeto, signo y acto,
forman una identidad que sólo el progreso ulterior de las
capacidades productivas del trabajo y la distinción social de los
individuos habrá de diferenciar en la forma de actividad mítica,
pensamiento mítico y lenguaje (simbolismo) mítico. Sobre este punto
volveremos más adelante.
7.
El pensamiento mítico arcaico no es arte, ni es una forma de
arte ni contiene en sí arte alguno; en particular no es poesía.
Mitopoyesis y arte, en efecto, son formas de representación
sensorial, creación de imágenes y representaciones sensoriales.
Pero si las formas artísticas son producidas y concebidas siempre
como imágenes reflejas de la realidad (como metáforas, símiles,
parábolas, etc.) y nunca como la propia realidad, las figuras
míticas suponen una identidad sustancial entre la idea y su objeto,
son pensadas como objetos: su sentido no es figurado, sino “literal”
(Lósiev). Otra cosa es que la mitopoyesis tardía haya devenido
material para la forma artística y, posteriormente, forma para
el material artístico y que, por consiguiente, el pensamiento
mítico, en virtud de una metamorfosis histórica, se haya realizado
y se realice en la forma de la mitopoyesis artística. Pero en sus
orígenes, esta forma le es ajena, late apenas en el componente
artístico común a todas las formas de la actividad humana.
8.
El pensamiento mítico arcaico no tiene su raíz en un instinto,
ansia, tendencia natural o “necesidad antropológica” (propia
del “hombre como tal”) de explicar la realidad, o bien de
encontrar el lugar del hombre en el orden cósmico. En este sentido,
no es, ni siquiera en embrión, una forma primitiva de ciencia o
filosofía (Frazer y Tylor). Si asumiéramos este punto de
vista, el pensamiento mítico se presentaría como un discurso cuasi
teórico destinado a explicar el orden natural y social sobre la
base de una fusión fantasiosa entre los datos de una experiencia
primitiva y una especulación rudimentaria, fusión en la que,
supuestamente, cobra cuerpo la premisa tácita de que en la
naturaleza existe una cierta concatenación causal entre los
fenómenos. Si el término “explicación” se toma en su sentido
estricto, es decir, como un proceso en el que, con el concurso de
las formas lógicas del entendimiento, las figuras del silogismo y
un conjunto determinado de procedimientos (la descripción, la
analogía, la indicación de causa, etc.) se establece la certeza de
los juicios y se logra un conocimiento más claro y distinto de la
realidad, no cabe duda de que la pretensión de ver en el hombre
primitivo a un filósofo o científico “salvaje” no es sino el
resultado de una traslación grosera de las determinaciones
esenciales de la filosofía y la ciencia, o bien del llamado
“sentido común” de nuestros días, a los albores de la
civilización humana. Como hemos apuntado, el pensamiento mítico es
apenas un momento indiferenciado del proceso de interacción
comunicativa entre los hombres en el decursar de su actividad
práctica. Toda explicación -¡cuánto más la explicación
científica!- supone un distanciamiento necesario entre la imagen
ideal, su objeto y el sistema sígnico con el que se denota en el
curso de la actividad. Tal distanciamiento es sólo posible cuando
el hombre supera los angostos marcos de la “economía natural” y
comienza a ser el productor de sus propias condiciones de vida. Pero
esta superación supone una metamorfosis radical del pensamiento
mítico, su conversión en “materia prima” y premisa ideal del
surgimiento de nuevas formas de pensamiento, en correspondencia con
los nuevos sistemas de relaciones sociales. Resulta superfluo
insistir en que la concepción del pensamiento mítico como una
forma primitiva de explicación filosófica o científica del mundo,
no sólo permanece cautiva del evolucionismo cuantitativo que ve en
cada punto de la historia una simple diferencia de grado con
respecto a los restantes, sino que tampoco se enfrenta al problema
de la determinación social de la génesis de las diferentes formas
históricas de pensamiento y lenguaje.
9.
El pensamiento mítico arcaico no es una moral o un derecho
primitivo, ni contiene en sí ninguna norma moral o reglamentación
jurídica. Es cierto que esta forma de pensamiento constituye el
modo preeminente de regulación normativa de la actividad de los
individuos en la comunidad gentilicia, mantiene y sanciona la
organización de la vida colectiva, la cultura de la relaciones
humanas y configura un modelo objetivo con respecto al cual los
individuos ajustan invariablemente su conducta. Sin embargo, a
diferencia de la moral, no implica referencia alguna a la idea del
deber y los ideales sociales, ni contraposición implícita o
explícita entre el ser y el deber ser. A su vez, a diferencia de la
regulación jurídica de las relaciones sociales, la regulación
mítica tiene su fundamento exclusivo en la tradición y en la
autoridad delos ancestros míticos, y no en la contraposición de
los intereses de diferentes grupos o clases sociales; no en la
fuerza del Estado (inexistente en la comunidad gentilicia). La
relación moral es siempre una relación intersubjetiva, vale decir,
entre personalidades autónomas, objetivamente diferenciadas del
todo social, sobre la base de las ideas del bien y del mal; la
relación jurídica es una relación de igualdad formal (bien entre
grupos diferenciados de hombres: castas, estamentos, clases, bien
entre otros individuos que conforman la sociedad) allí donde existe
una desigualdad social real. También en este caso, sólo la
superación de las condiciones de vida que dimanan de la absoluta
espontaneidad del desarrollo social y las relaciones de parentesco
hace posible la conversión real de los individuos en sujetos
relativamente autónomos, y la formación de grupos sociales
objetivamente diferenciados por su lugar en el seno de la comunidad,
con la consecuente categorización de la realidad social en términos
de “deber ser” y “ser”, “bien” y “mal”, “justicia”
e “injusticia”, “legalidad” e “ilegalidad”, etc. Es
cierto que en el componente normativo regulativo del pensamiento
mítico tienen su raíz las formas propiamente moral y jurídica de
regulación normativa de la conducta. Pero aquel componente no es
más que un antecedente histórico de estas formas.
10.
Por último, el pensamiento mítico arcaico no es la “religión
natural” del género humano, un momento del proceso de la
teofanía (Schelling), no alberga en su seno religiosidad alguna, ni
está vinculado a las “formas elementales de la vida religiosa”
(Durkheim). Quizá este sea el punto más importante de cuantos hemos
relacionado, en virtud de la persistencia de la idea que vincula el
mito a la religión y convierte poresta vía a esta última en la
forma primaria de conciencia y actividad sociales o en un atributo
atemporal e ineliminable del espíritu humano. Partimos aquí del
supuesto de que la religión es, en esencia, la creencia (fe) en un
mundo suprasensorial, sobrenatural, y la actividad vital que se
organiza en correspondencia con esta creencia (Engels). A diferencia
de esto, el pensamiento mítico, por una parte, no incluye en sí
nada suprasensorial, es la coincidencia inmediata de la idea general
y la imagen sensorial (Losiev), o bien la idea general en forma de
imagen sensorial; por otra parte, este pensamiento se encuentra tan
plenamente identificado con la realidad natural y social que no
existe en él separación o diferenciación alguna entre el
conocimiento y la fe, entre el saber del entendimiento y la
“convicción de la existencia de lo que no vemos”. Es posible
convenir en que el pensamiento mítico arcaico es una “religión
potencial” (Cassirer) o una “prerreligión” (Levy-Bruhl), en
tanto en él se contiene realmente un elemento fetichista que, de
forma metamorfoseada, habría de incorporarse a la religión
propiamente dicha como una de sus determinaciones esenciales. Pero
habría que acotar: el mito es “prerreligión” o “religión
potencial” en la misma medida en que es “prearte”, “premoral”,
“prefilosofía” o bien “arte potencial”, “moral potencial”,
“filosofía potencial”. En cuanto a la refutación de la idea de
que el rasgo distintivo de la religión es la creencia en lo
sobrenatural sobre la base del argumento ramplón de que se conocen
en la historia creencias y ritos religiosos en los que no se
encuentra esta idea, habría que preguntar a sus defensores sobre qué
base se consideran religiosos estos ritos y creencias. Es evidente
que, en tal caso, se procede en correspondencia con un criterio,
implícita o explícitamente preformulado (en Durkheim, por ejemplo,
tal criterio está vinculado a la noción de “lo sagrado” por
oposición a “lo profano”) que, supuestamente, ha de ser
corroborado a través del estudio de tales formas. Con lo cual se
cierra el círculo al instante de abrirse.
II.
¿Qué es, pues, el pensamiento mítico arcaico?
11.
El pensamiento mítico arcaico es la forma histórica primaria de
idealidad. Por idealidad (pensamiento, espíritu) no
entendemos simplemente la psiquis individual, concebida como una
función cerebral, como el producto de la actividad nerviosa y, en
general, de los procesos reflejo -motores del organismo humano; no se
trata de los llamados “hechos de conciencia” o bien de la
“orientación personal de los procesos neurodinámicos del cerebro”
(Dubrovski). Asimismo, por idealidad no entendemos exclusivamente la
imagen refleja que surge en el individuo como resultado de la acción
de los objetos sobre los órganos de los sentidos, concíbase esta
como mera pasividad o se la asigne un carácter activo, creador. Con
otras palabras, el término “idealidad” no es un signo unificador
de los fenómenos psíquicos, es decir, de “aquellos que no existen
en la realidad, sino sólo en la subjetividad”. Todo lo contrario,
partimos del supuesto de que lo ideal tiene una naturaleza objetiva,
independiente de la subjetividad individual: su realidad es la de las
formas y normas universales de la cultura, a cuyas exigencias
imperiosas y constricción externa ha de ajustar el individuo su
psiquis y su actividad. Nos referimos, pues, a una objetividad
cultural, sociohistórica, diferente por principio de la objetividad
de las cosas de la naturaleza. La determinación ideal es inherente a
los objetos en la medida que estos constituyen una premisa y un
resultado de la cultura humana y, por consiguiente, tienen un papel y
un significado en ella (en general, la actividad y la cultura humana
resultan literalmente imposibles al margen de la idealización de
todos los objetos y realidades que entran en su órbita). Lo ideal es
la relación de representación por la cual un objeto,
permaneciendo el mismo, es otro y, por esta vía, adquiere un nuevo
orden de existencia; es la forma que estampa en el objeto la
actividad humana y, a un tiempo, la forma en que funciona este objeto
en el proceso de la actividad. Con otras palabras, es el conjunto de
las formas universales de la actividad humana que determinan como
finalidad y como ley la voluntad del hombre (Marx), es el esquema
objetivo y la determinación social de la actividad. Se trata de la
forma y el producto del proceso de producción social, del proceso en
cuyo decursar el hombre construye el mundo de la cultura, su propia
humanidad. Más que una función cerebral, lo ideal constituye una
función de los sistemas sociales de producción. Vive, sí, a través
de la actividad del cerebro, así como a través del lenguaje, sus
símbolos y signos, a través de sus objetivaciones en la cultura, a
través de la propia actividad humana. Pero, imposible por principio
sin el concurso de otros “elementos”, no es reducible a ninguno
de ellos: su realidad, antes bien, es la del proceso de metamorfosis
que avanza desde la actividad humana, atraviesa los sistemas humanos
de comunicación (el lenguaje), se inscribe en la actividad nerviosa
superior de los individuos, cristaliza en los objetos culturales y
regresa como motivación interna del proceso de la actividad
(Iliénkov). Una realidad de este género es el pensamiento mítico.
12.
La exigencia primera del estudio científico del problema de la
naturaleza específica del pensamiento mítico arcaico, en cuanto
forma primigenia de idealidad, es la de indicar el fundamento real
que lo genera como una forma peculiar de realización de las
relaciones humanas. Este fundamento es el colectivismo indiferenciado
del trabajo social, la economía de consumo, asimiladora, la división
natural del trabajo (según la fórmula “mujer-hombre”,
“joven-anciano”), el sistema de propiedad consanguínea sobre el
territorio, los instrumentos y los resultados del trabajo. En las
condiciones de la espontaneidad absoluta del trabajo social, el
pensamiento mítico se presenta como el momento ideal de la actividad
comunitaria, como el regulador interno de las relaciones sociales
basada en la propiedad consanguínea. El pensamiento mítico expresa
el estatus formacional de la comunidad laboral primitiva.
13.
Es evidente, desde este punto de vista, que el universo mítico no
es una realidad meramente subjetiva o una cuasi realidad, sino una
forma objetiva de pensamiento, vale decir, una forma de pensamiento
objetivada en el lenguaje, los rituales que la reproducen y, en
general, en todas las formas de la actividad humana, en todas las
instituciones y formas de organización social, en todas las
modalidades de la cultura. Más que una realidad psicológica
individual, se trata de una realidad social, constituye la premisa y
el resultado de la actividad del colectivo considerado como una
totalidad. Es, pues, la realidad por excelencia a la que el individuo
ha de ajustar su actividad: su presencia absoluta determina los
límites y las potencialidades de la actividad humana. Queda
descalificado, por consiguiente, todo intento de explicar el
pensamiento mítico a partir de las peculiaridades de la psiquis
individual. En los marcos de la ciencia, esta tarea sólo es
realizable a través del estudio del conjunto de las relaciones
sociales de la comunidad gentilicia y, en particular, de las
relaciones de comunicación (relaciones interindividuales,
intersíquicas) en el curso de la creación colectiva del cuerpo
objetivo de la cultura.
14.
En las condiciones del colectivismo indiferenciado del trabajo, cada
individuo es la comunidad dada individualmente; más aún: cada
individuo es toda la realidad vinculada a la actividad de la
comunidad, se siente como poseedor de todas las potencialidades
sociales y naturales; no es un “yo” en sentido propio, sino un
“nosotros” absoluto, por oposición a “los que no somos
nosotros”, otro colectivo laboral, otra naturaleza vinculada a la
actividad vital del colectivo. Justamente la oposición
“nosotros-ellos” constituyó la expresión psicológica fundamental
del proceso de formación y consolidación de las relaciones sociales
consanguíneas. De forma inmediata, la función del pensamiento
mítico fue la de reproducir y consolidar esta estructura psicológica
dual.
15.
Las relaciones sociales primitivas no son, en esencia, relaciones
entre individuos al interior del colectivo, sino relaciones entre
colectivos, en primer término, relaciones de propiedad entre
colectivos. El pensamiento mítico arcaico tiene por destinación
sancionar idealmente la socialización total del individuo, inhibir
todo posible enfrentamiento interno entre éste y la comunidad. Por
su mediación, el colectivo no se presenta ante el individuo -valgan
las expresiones- como “otredad”, sino como “mismidad”, como
unidad indisoluble en la que él es apenas un momento. El pensamiento
mítico reproduce y crea la otredad fuera de los confines del
colectivo; es la garantía del “nosotros” en la que el “yo”
es únicamente latencia y, al mismo tiempo, la garantía del “ellos”,
los otros, los que conforman otro colectivo, otro grupo social, otra
comunidad de parentesco, otras procedencia y otra identidad con las
potencias de la geografía regional. La mismidad del “nosotros” y
la otredad del “ellos” es la condición indispensable de la
relación del hombre primitivo hacia la realidad. Esta mismidad y
esta otredad se realizan fácticamente en la forma ideal del
pensamiento mítico.
16.
Esta caracterización abstracta de la función originaria del
pensamiento mítico ha de ser concretada con la indicación de las
formas y las mediaciones específicas de su realización. La
reproducción de la estructura psicológica “nosotros-ellos”
sólo es posible, en primer término, a través de su consolidación
en las distinciones totémicas y los tabúes
primitivos (Rimski). Desde este punto de vista, el totemismo
primigenio no es justamente una creencia, sino una
cristalización ideal-real espontánea de la unidad de la comunidad
gentilicia (del “nosotros”) con la naturaleza circundante y sus
especies animales y vegetales. El vínculo totémico resulta una
fuerza cohesionadora de la comunidad justamente porque consolida y
realiza prácticamente la imagen del “nosotros” que dimana de
las entrañas del colectivismo laboral. Lo mismo ocurre con el
sistema de interdicciones (tabúes): más que una prohibición
vinculada a determinados objetos, palabras, acciones, animales o
personas y la creencia en el castigo irremediable por su
quebrantamiento, el tabú es una afirmación, la afirmación del
colectivo, de sus límites, su propiedad, su cultura, su tradición,
sus formas de actividad; es, en fin, un mecanismo social de
afirmación de la identidad colectiva (el “nosotros”), la forma
de cohesión social que se realiza mediante la interdicción.
17.
Nacido como una fuerza ideal de realización de las relaciones
humanas asentadas sobre el parentesco y el colectivismo del trabajo,
el pensamiento mítico deviene una fuerza civilizadora poderosa y una
condición sine qua non de la cultura primitiva. Su finalidad
inmanente (impremeditada) es la de garantizar la permanencia del
“cordón umbilical” (Marx) que ata a los individuos a la matriz
común del colectivo; reproducir la uniformidad, la homogeneidad, la
concertación; atajar -si cabe expresarse así- las alternativas,
producir y reproducir una voluntad colectiva única, la unanimidad
absoluta en el proceso de creación y recreación de las relaciones
sociales; subordinar la actividad a la tradición y la costumbre que
lleva implícitas; reconstruir permanentemente el cosmos comunitario.
Estereotipadora por excelencia, la realidad mítica constituye el
paradigma espontáneo y atemporal que se reproduce en cada acción,
cada situación; en ella está explícito el programa de conducta
individual-colectiva; es ella el arsenal y la garantía de la
transmisión social del conocimiento. Cabe acotar, en relación con
esto, que el pensamiento mítico arcaico es más que una simple
legitimación en el sentido de discurso que explica y justifica el
orden social. La comunidad gentilicia, que respira por todos sus
poros la realidad mítica, no requiere de tal explicitación y
justificación. Esta realidad es, sin más, o se legitima a sí misma
en virtud de su objetividad incontestable. No se requiere aceptación.
La elección está excluida.
18.
¿Cuáles son las determinaciones lógicas del pensamiento mítico
arcaico que hacen posible la realización de sus funciones sociales?
Desde el punto de vista de su estructura lógica, la mitopoyesis es
siempre creación de representaciones sensoriales. No se trata, por
supuesto, de la sensoriedad del homo politicus, condicionada
íntimamente por el sistema categorial del entendimiento, pero no es,
en modo alguno, sensoriedad animal, sino sensoriedad organizada,
reelaborada, metamorfoseada en el decursar de la actividad laboral de
la comunidad gentilicia.
19.
En virtud de esta reelaboración, la sensoriedad mítica se presenta
como un sistema de generalizaciones, pero de generalizaciones
enteramente sensoriales, coexistente con las realidades a partir de
las cuales se generaliza, en la forma de entidades igualmente
perceptibles (junto a las lluvias concretas, existe “la lluvia”,
junto a los fuegos concretos, existe “el fuego”). Así pues, las
imágenes míticas coinciden de modo inmediato con los objetos sobre
los cuales “versan”: su idealidad resulta idéntica a la
materialidad de las cosas sensorialmente perceptibles.
20.
Esta peculiaridad de la sensoriedad mítica condiciona el principio
básico de la mitopoyesis: el principio de la metamorfosis
universal de las cosas y los seres (Lósiev) o bien el principio
de la identidad del todo y la parte por el cual todo está en
todo; todo es o puede transformarse en todo. Este
principio excluye la actuación de las leyes lógico formales de la
identidad, del veto de la contradicción y del tercero excluido,
propias del entendimiento desarrollado. Más exactamente, en la
medida en que el pensamiento mítico constituye una realidad
histórica en permanente metamorfosis y desarrollo, en sus marcos
puede constatarse un proceso paulatino de formación de las
estructuras lógicas del entendimiento, con sus correspondientes
leyes y regularidades. Pero apenas eso: un proceso de formación y
funcionamiento esporádico, irregular, incompleto, subordinado. El
dominio de estas leyes sobre el entendimiento, su consolidación como
factores formativos de la conciencia, sólo comienza a tener lugar,
de forma más o menos tímida, a partir del momento en que la ley de
la metamorfosis universal e incondicional de las cosas (aún viva en
nuestros días en formas metamorfoseadas) empieza a ceder sus
posiciones bajo los embates de las figuras lógicas del entendimiento
que cristalizan en el decursar de la actividad práctica de los
hombres.
21.
No es preciso demostrar que la idea de un pensamiento ilógico,
antilógico o prelógico encierra una contradicción de pura forma en
la definición. Se trata, sin embargo, de una lógica en proceso
de formación histórica, cualitativamente diferente de la lógica
que sucede a la metamorfosis integral del principio de la
metamorfosis universal de las cosas y los seres. Esta lógica -o este
peldaño en el desarrollo del pensamiento lógico-, puede ser llamada
“lógica situacional” (o “tradicionalista”): en tanto,
inmersa en el elemento de la sensoriedad inmediata, está enteramente
determinada por las representaciones colectivas vinculadas por la
tradición a cada situación dada. Para el homo mitológicus,
cada situación concreta -la caza, la pesca, la sequía, el sueño,
la muerte, el hambre, la enfermedad, la sombra, el crepúsculo, un
rito, el encuentro con un individuo de otra comunidad o con un
animal, la fabricación de un instrumento de trabajo- es, ante todo,
la reproducción de una situación arquetípica vinculada
inmemorialmente a la tradición mítica, a la actividad de los
antepasados y a los ancestros fundadores de la comunidad y, como tal,
tiene un carácter absolutamente imperativo sobre la conciencia y la
conducta. Frente a ella, el hombre no tiene alternativas: su
comportamiento está prestablecido, predeterminado, “programado”
por la colectividad, y toda desviación o adecuación de esquemas,
algoritmos y patrones es, por el momento, casual e inesencial. Cada
acto está formalizado en correspondencia con la tradición, con la
experiencia colectiva, transmitida de generación en generación, en
la que el individuo es un copartícipe indiferenciado. La fuerza de
la tradición mítica -la más poderosa de las fuerzas colectivas de
la comunidad gentilicia- determina la unidad indisoluble entre el
pensamiento, el sentimiento, la palabra y la conducta que despierta
cada situación. Lo nuevo, lo que no tiene un lugar en la tradición,
simplemente no existe, o espanta (Levy-Bruhl).
22.
En el imperio absoluto de la tradición mítica sobre la conciencia
tiene su raíz el etiologísmo y el genetismo total del
pensamiento mítico. No sin serias reservas utilizamos estos
términos, vinculado el primero a la noción de “causa”, el
segundo a la de “origen”, y ambos a la de “tiempo”. Es el
caso que estas categorías apenas tienen un lugar sólido en el
pensamiento mítico arcaico, se hallan, conjuntamente con las
restantes figuras del entendimiento, en proceso de formación; menos
aún puede hablarse de su utilización consciente por parte del
hombre primitivo en calidad de instrumentos de una búsqueda
deliberada de causas, orígenes u “orden de las sucesiones”. Se
trata, todo lo contrario, de la orientación del pensamiento mítico
hacia las condiciones paradigmáticas de la actividad colectiva,
localizadas en un “tiempo atemporal”, diferente por principio del
“tiempo situacional”. El paradigma de la actuación mítica no se
halla simplemente en el pasado, sino en una especie de
“protocreaciones”, “protoobjetos”, “protoacciones”,
vinculadas a los ancestros de la comunidad, que viven de manera
absoluta en cada situación presente. De esta forma, pasado y
presente forman en la actividad una unidad férrea: se hace lo que se
hizo, donde “hace” es igualmente “hizo”. Con la imperfecta
expresión de “genetismo absoluto” constatamos una determinación
real del pensamiento mítico: la atemporalidad y la continua
presencia del “origen”, la eternidad y ubicuidad del origen. Otro
tanto ocurre con la expresión “etiologismo absoluto” (el término
aitia se utiliza en su acepción original: culpa,
responsabilidad): con ella constatamos el imperio que sobre el hombre
primitivo tiene la actuación de los ancestros, los culpables y
responsables del orden del mundo, de la geografía local, de la forma
de los instrumentos y las técnicas de trabajo, los modos de
actividad, las instituciones comunitarias, la vida y la muerte.
23.
La espontaneidad de la actividad colectiva y las peculiaridades de la
lógica situacional determinan el carácter netamente fetichista del
pensamiento mítico arcaico: la identificación plena de las
funciones sociales de los objetos con sus propiedades naturales,
condicionada por la objetivación de las relaciones sociales y la
idealización de la naturaleza. No hacemos referencia solamente a la
existencia de fetiches en el sentido de objetos a los que se les
atribuyen “fuerzas no cotidianas” por naturaleza o artificio
humano, sino a una determinación mucho más profunda del pensamiento
mítico arcaico: la fetichización de toda la realidad natural que de
una u otra forma entra en la órbita de la actividad humana, la
atribución espontánea de las funciones y capacidades humanas al ser
natural de las cosas y a la corporeidad de los productos de la
actividad; atribución por la cual el carácter social de la
actividad humana con los objetos y su cualidad de representantes
(ideales) suyos, se presentan ante los individuos como una cualidad
natural de los propios objetos, a los que, a causa de esto, se
subordina esta propia actividad (Marx). Así las cosas, fuego, agua,
árboles, ríos, montañas, el sol, la luna, animales, plantas,
piedras, huecos, hachas, casas, fundidos en el crisol del trabajo
social, devienen auténticas fuerzas sociales dominadoras del
sentimiento, el pensamiento y la voluntad.
24.
Todas las determinaciones y características del pensamiento mítico
arcaico que hemos esbozado tienen como trasfondo y denominador común
el antropomorfismo o, más exactamente, el antroposociomorfismo:
la “comprensión” de la naturaleza como una comunidad gentilicia
universal, según el principio -omnímodo para el pensamiento mítico-
de la extrapolación de lo conocido a lo desconocido. No hay aquí,
evidentemente, intencionalidad alguna: el hombre primitivo no tiene
conciencia de este traslado que, a propósito, prefigura la
humanización real de la naturaleza. Asimismo, ha de descartarse la
idea de que el sociomorfismo es el resultado de una reflexión o bien
de un procedimiento analógico. El pensamiento mítico es una
proyección espontánea de las relaciones de parentesco entre los
hombres hacia la “totalidad de lo existente”; en virtud de ello,
todas las cosas -objetos, seres, plantas, animales- se presentan como
individuos “vivos” que se engendran unos a otros y componen una
comunidad gentilicia cósmica. Esta es la única vía posible, en las
condiciones de la comunidad social arcaica, de otorgar orden a la
experiencia, vale decir, de cosmizar el universo frente a las
potencias hostiles del caos.
25.
En resumen, la mitopoyesis es la forma universal objetiva de
pensamiento inherente a la formación social primitiva, asentada
sobre el colectivismo del trabajo, la propiedad comunitaria y las
relaciones de parentesco entre los hombres, su forma ideal de
expresión y realización. Su función fundamental es la de
reproducir y consolidar la dicotomía básica de la psiquis
individual y la conciencia colectiva de la gens: la oposición
nosotros- ellos y, por esta vía, garantizar la plena socialización
de los individuos, la cohesión y unidad interna de la comunidad, sus
instituciones y formas de actividad, la permanencia atemporal de la
tradición y las formas de conocimiento colectivo. Al realizar esta
finalidad inmanente, el pensamiento mítico se consolida a través de
las distinciones totémicas primarias y el sistema tabú. Desde el
punto de vista lógico, el pensamiento mítico constituye una
generalización sensorial de la experiencia colectiva, regida por el
principio de la metamorfosis universal de las cosas y los seres. Su
lógica es enteramente situacional, está determinada por las
representaciones colectivas vinculadas por la tradición a cada
“situación tipo” concreta. Ello condiciona la orientación
permanente del pensamiento mítico hacia los paradigmas ancestrales
de actividad (etiologismo), la ubicuidad y atemporalidad de los
orígenes de la comunidad (genetismo). De forma integral, el
pensamiento mítico arcaico es antroposociomorfismo absoluto; su
actitud fundamental es su identificación plena con la naturaleza, la
fusión de la comunidad gentilicia con el orden (cosmos) universal.
III.
El mecanismo de la sugestión.
26.
La hipótesis fundamental de las siguientes líneas puede ser
formulada de la siguiente forma: la explicación científica de la
estructura lógica y las funciones sociales del pensamiento mítico
arcaico es radicalmente insuficiente al margen del esclarecimiento de
su naturaleza sugestiva, es decir, del papel que la sugestión, como
determinación esencial de los sistemas humanos de comunicación,
juega en su configuración y realización colectiva.
27.
Es preciso, ante todo, apartar la noción , propia de la conciencia
cotidiana y de algunos tratados efectistas, según la cual, la
sugestión es una especie de anulación de la conciencia individual,
provocada intencionalmente, que se ve acompañada por fenómenos de
alucinación, catalepsia, anestesia, sonambulismo, neurosis histérica
o hipnosis, con la consecuente conversión de los individuos en meros
autómatas, aptos para admitir el absurdo y ser engañados, en
visionarios desarraigados de toda condición de tiempo y lugar,
incapaces de sistematizar las ideas, percibir la incoherencia o las
contradicciones del discurso y realizar una “vida psíquica
normal”. Un hombre sugestionado no es un hombre engañado o
manipulado, ni se encuentra en estado de “trance extático”, a su
vez, el sugestionador no es una suerte de manipulador de conciencias,
engañatontos o un “diestro conocedor de la psicología humana”
que, con fines benéficos o maléficos, impone su voluntad y
convierte en instrumentos a un individuo o a un colectivo. Es cierto
que, en todos estos casos, el mecanismo de la sugestión está o
puede estar presente de una forma u otra, así como que, no pocas
veces, la sugestión aparece como resultado de una premeditación.
Pero se trata, por así decir, de formas derivadas o secundarias de
sugestión. Por el contrario, en su forma primaria, originaria,
histórica y lógicamente fundamental, la sugestión no supone
premeditación o intencionalidad alguna, ni provoca “estados
paranormales” en individuos o colectivos humanos. El mecanismo de
la sugestión atraviesa de palmo a palmo todas las formas humanas de
la comunicación, constituye la sustancia del lenguaje humano en
todas sus modalidades históricas.
28.
La función básica de los sistemas humanos de comunicación, es
decir, de los sistemas lingüísticos, es la de influir (inhibir,
estimular, controlar, regular) sobre la conciencia de los individuos
(Porshniev) en el curso de la actividad colectiva de creación de las
relaciones sociales, de producción y reproducción del propio hombre
como un ser social. Desde este punto de vista, todas las funciones
del lenguaje se presentan como modificaciones de esta destinación
social única en su multiplicidad interna.
29.
En el proceso de interacción comunicativa entre los hombres, pueden
delimitarse con nitidez dos momentos o fases fundamentales: la
interdicción o inhibición de los instintos, reflejos motores
y movimientos espontáneos del organismo, la fuerza prohibitiva del
“no”; y la sugestión: la compulsión a la acción
mediante la palabra (los restantes medios son auxiliares), la fuerza
compulsiva de la palabra -dibujada, escrita, transmitida mediante la
mímica, etc.- que predetermina fatalmente la actuación de otros
individuos (Porshniev).
30.
Esquemáticamente, el mecanismo de la sugestión supone los
siguientes momentos: a) la prescripción o compulsión
directa a la acción que, en su “forma pura”, constituye un
imperativo cuya ejecución es automática y obligatoria; b) la
comprensión, vinculada a la utilización de signos auxiliares
que esclarezcan la forma en que ha de ejecutarse lo prescrito y los
procedimientos a través de los cuales es posible hacerlo, con el fin
de anular la inhibición que surge necesariamente cuando el individuo
objeto de la influencia verbal carece de los hábitos necesarios y
los conocimientos previos requeridos; y, en caso de que la
inhibición, por acción de la contrasugestión, adquiere un
carácter más profundo; c) la persuasión, la inducción a
la acción mediante la apelación a las operaciones intelectuales,
los valores de la comunidad, etc. (Porshniev).
IV.
La sugestión mítica arcaica.
31.
No suponemos en modo alguno que el mecanismo de la sugestión sea el
“ábrete sésamo” del pensamiento mítico arcaico, una especie de
llave maestra que permita abrir las puertas que guardan todos los
arcanos de la mitopoyesis. Afirmamos, en cambio, que este mecanismo
constituye un momento indispensable en el proceso de realización
social del pensamiento mítico. Si es cierto que una idea no es
más que pura posibilidad en tanto no se consuma en la práctica
social y que su realidad la adquiere justamente en este consumo
práctico (Marx), la ideación mítica sólo es real en la medida en
que paraliza o desencadena las potencialidades de la actividad
humana. Ello es posible en tanto “se apodera” de la sensoriedad y
el sentimiento humanos, en tanto inhibe los movimientos espontáneos
del individuo y del cuerpo social y los proyecta en una dirección
determinada.
32.
La función sugestiva del pensamiento mítico arcaico es tan poderosa
cuanto que este vive enteramente en el lenguaje, constituye una
realidad indiferenciada con el lenguaje, es lenguaje de forma
inmediata y como tal se realiza. Pensamiento-lenguaje por excelencia,
la mitopoyesis arcaica es compulsión directa a la acción, inducción
inmediata a la internalización de los modelos de actuación
prescritos y a su externalización automática en la forma de la
actividad. En tanto gesto, objeto simbólico, mímica, discurso,
pintura sobre el cuerpo o sobre la roca, danza o música, el
pensamiento mítico arcaico es la imposición al individuo de los
fines y los patrones de actividad necesarios a la reproducción del
colectivo primitivo.
33.
El pensamiento mítico es la palabra inmemorial que, transmitida con
toda la fuerza de la tradición, configura el universo mental de los
individuos en el curso de la socialización, modela sus esquemas de
pensamiento y los induce a la acción. Si el individuo se siente
atado a la “geografía comunitaria”, a sus especies animales y
vegetales, a sus antepasados, a las instituciones y a las formas
peculiares de procurarse el sustento al interior de la comunidad, es
por el hecho de que, desde la infancia, ha sido formado por la fuerza
compulsiva del verbo mítico, el verbo que tiene como prototipo la
acción de los ancestros míticos, fundadores del orden social;
porque es un escucha de las recitaciones míticas, un espectador y,
progresivamente, un partícipe de las ceremonias, fiestas y ritos en
los que el mito se revive, se perpetúa, permanece fresco y vivo ante
los sentidos de la colectividad. El individuo que “abre” su
psiquis a la sugestión mítica deviene un auténtico “poseso”:
su espíritu se ve apoderado por otro espíritu superior, el espíritu
colectivo del mito, que obra en él como imperativo interno capaz de
mover sus brazos y sus piernas, sus labios y sus dientes, su corazón
y su cerebro. La palabra mítica es el patrón común que desciende
invariablemente sobre cada situación concreta, la forma que moldea
la materia de los actos, la universalidad que subsume cada
singularidad. Poseído por la palabra del ancestro mítico, el hombre
se agencia su fuerza; abandonado por ella, es el más frágil de los
seres, una suerte de nulidad, la pura nada. Precisamente por
mediación del mecanismo de sugestión, el verbo mítico, realidad
inicialmente externa al individuo, se hace realidad interna, forma de
organización de la actividad psíquica, configuración íntima de
normas y fines sociales, cantera y arsenal de los significados de la
cultura, en fin, principio formador de la subjetividad, el factor más
poderoso de la socialización.
34.
El mito interiorizado es la más vigorosa inhibición de las
percepciones, las representaciones y la acción. Es interdicción
(tabú), freno de toda desviación del “programa” de acciones
trazado por la tradición, prohibición absoluta de la espontaneidad,
parálisis de toda posible violación de lo prescrito. No se trata,
por consiguiente, de la anulación de la actividad, sino de su
subordinación a las exigencias de las prescripciones míticas, que,
por esta vía, tiñen con su color todas las tareas socialmente
significativas que ante el individuo “plantea” el colectivo.
35.
De modo que el mito no sólo inhibe: desata; no sólo frena: impulsa;
no sólo proscribe: prescribe. La interdicción es la activación de
la palabra prescrita. Al inhibir la reacción directa del individuo a
la influencia del medio, la palabra mítica deviene actividad. Por
consiguiente, la interdicción es, de forma inmediata, introyección
de las normas y significados sociales
objetivos que constituyen la ley de la conducta individual. El “no”
es inmediatamente “sí” absolutamente compulsivo: “así” ha
de actuarse para que se multipliquen los animales y las plantas, el
sol permanezca en el firmamento, corran las aguas de los ríos, sean
fértiles las mujeres, se alejen las enfermedades y la muerte, tengan
buen término las expediciones, se esfume la violencia. “Así”
significa: paso a paso, detalle a detalle, sin alteraciones, sin
innovaciones, en estricta correspondencia con la protoforma, con la
protoacción. En este sentido, el mito resulta siempre identidad
inmediata entre la prescripción y la comprensión, entre el “qué”
y el “cómo”. En virtud de esta identidad, la conciencia es
apenas una realidad indiferenciada con la actividad colectiva que
ejecuta la prescripción mítica.
36.
La sugestión mítica es el mecanismo inmediato a través del cual se
realiza la herencia cultural en las sociedades arcaicas, se garantiza
la continuidad de las técnicas laborales, de las técnicas
laborales, las representaciones colectivas y las instituciones, se
perpetúa la imagen de “nosotros” que rige como una ley todas las
manifestaciones de la vida colectiva, se borra para la conciencia
toda diferencia entre el pasado y el presente de la comunidad. Es, no
cabe dudas, una realidad psíquica, una realidad que vertebra el
funcionamiento de la psiquis individual, la formación de sus figuras
y esquemas de pensamiento y sentimiento. Pero es mucho más que
esto: es una realidad social, un proceso cuyo sujeto y cuyo
objeto es la sociedad, el colectivo. Más que el proceso y el
resultado de la comunicación entre dos psiquis individuales, es el
resultado de la interacción pasada y presente entre cada individuo y
la sociedad. La inhibición y excitación de las funciones nerviosas
del individuo, la modelación interna de la selectividad perceptiva y
representativa y de los fines ideales de la actividad individual, son
apenas momentos de la reproducción de las estructuras sociales
comunitarias en y a través de los individuos. De esta forma, no sólo
se excluye la idea de toda intencionalidad, premeditación o engaño,
sino también la idea de que el sujeto y el objeto de la sugestión
mítica son individuos. El auténtico sujeto sugestionador es el
colectivo, la voz atesorada por las generaciones en la forma de la
tradición mítica, el “saber” colectivo que trasciende a los
individuos y las generaciones; asimismo, el objeto de la sugestión
es el colectivo, la unidad indisoluble que se expresa en el
“nosotros”. La sugestión mítica arcaica es enteramente
inmanente a la actividad del colectivo, tiene su alfa y su omega en
esta actividad: es el influjo espontáneo del colectivo sobre su
propia sensoriedad, sobre sus sentimientos y emociones y, a través
de esta instancia, sobre el pensamiento y la actividad.
37.
El instrumento fundamental de la sugestión mítica es la palabra,
en particular, la recitación de los relatos míticos. Sin embargo,
con el desarrollo de la sociedad primitiva, la fuerza compulsiva de
la palabra mítica se inserta con un complejo sistema simbólico, en
el poderío múltiple de los significados míticos objetivados en las
danzas, los cantos, las ceremonias, los emplazamientos totémicos,
las fechas rituales, los objetos e individuos interdictos. Cada
objeto, cada planta, animal, mirada, gesto, hora o sonido es capaz de
despertar las fuerzas de la autogestión, del “nosotros”
internalizado que, en la forma del discurso interior, es
“autoinstrucción”, “autocompulsión”: son símbolos míticos,
símbolos del mito, mito hecho lenguaje, comunicación humana, fuerza
sugestiva.
38.
Así las cosas, resulta insuficiente para la ciencia constatar la
intención consciente de las recitaciones e invocaciones, las
fórmulas mágicas y las ceremonias: se requiere indicar el
fundamento real de su eficacia práctica y, sobre esta base,
su finalidad real. Esta forma de plantear el problema nos sitúa ante
el mecanismo de la sugestión. Ingenuo sería suponer que el fin
último de las recitaciones e invocaciones, las ceremonias y las
fórmulas mágicas lo constituyen los objetos externos -la tierra, el
cielo, los animales, las plantas- e, incluso, las llamadas “fuerzas
ocultas” o “suprasensibles”. Tales fuerzas y objetos no son
sino una mediación. La auténtica finalidad inmanente es la
conciencia de los individuos, la producción y reproducción de la
imagen del “nosotros” y, por su mediación, la cohesión y el
mantenimiento del cosmos comunitario, de sus valores, instituciones y
formas de actividad.
39.
Allí donde la magia es eficiente, se debe a la fuerza sugestiva y
autosugestiva del pensamiento mítico. El mago (a propósito, el mago
es un producto tardío de la sociedad arcaica, en tanto individuo
diferenciado del colectivo por su rol social) es el apoderado del
verbo mítico. No es en modo alguno un tramposo, sino un individuo al
que la fuerza sugestiva de la tradición ha conferido poderes
extraordinarios reales: no el poder de conjurar la enfermedad
o fertilizar tierras y mujeres, sino el poder mucho más excelente y
eficaz de sugestionar, de compeler a la acción socialmente
significativa. En su figura, la sociedad ejerce la función
sugestiva; él es apenas una función social objetivada,
personificada, y, por esta razón, su relación con sus poderes se
encuentra más allá o más acá de la simple dicotomía “creer o
no creer en su magia”: su saber y su creer conforman una unidad
indiferenciada. Sencillamente, por su voz habla el “nosotros”,
sus movimientos son los del “nosotros”, los del ancestro
colectivo, es decir, los de las fuerzas comunitarias objetivadas en
la imagen del ancestro. Otro tanto ocurre con los restantes miembros
de la comunidad: no son “engañados” y no se enfrentan a la
disyuntiva de creer o no creer en la eficacia mágica. Es la fuerza
de la sugestión la que cura y mata, la que trae la lluvia y hace
crecer los trigales y cocoteros, garantiza el éxito de la caza y
multiplica las especies totémicas, humaniza el paisaje y ahuyenta el
caos, hace a la comunidad convivir con centauros y hombres canguros,
opera la metamorfosis de la madera en cocodrilo.
40.
Es particularmente ilustrativo el caso de las llamadas “ceremonias
de iniciación”, invariablemente articuladas a través de la
interdicción y la sugestión. El individuo que se abre al poderío
de la tradición mítica se ve compelido a borrar de golpe su ser
anterior, adquiere la condición de recién nacido y, gracias a una
metamorfosis mítica, inserta en su cuerpo la fuerza de los ancestros
(las fuerzas colectivas), se hace acreedor del favor de los
ancestros. De la nada absoluta (la interdicción paralizante) se
eleva al todo absoluto, la sugestión fundante, la integración plena
en el seno de la comunidad. Y, en general, la fuerza cósmica de las
ceremonias radica en su capacidad sugestiva, en el imperio compulsivo
que ejerce sobre la atención y el sentimiento de identidad grupal,
en tanto reiteraciones de las prescripciones encarnadas en la
tradición mítica y en su cuerpo cultural objetivado.
41.
El desarrollo de las capacidades productivas comunitarias lleva
aparejado consigo la consolidación del sistema categorial del
entendimiento, la división social del trabajo (en particular, el
afianzamiento de la actividad física y de la actividad mental en
grupos diferenciados de individuos), la diferenciación entre
pensamiento, lenguaje y actividad míticos, la formación de
personalidades relativamente autónomas en el seno de la comunidad,
en virtud, en gran medida, de la aparición de los mecanismos
individuales de contrasugestión. Si anteriormente la sugestión
mítica se realizaba preeminentemente a través de la prescripción -
comprensión, en estas condiciones el momento persuasivo
comienza a pasar a primer plano. Se trata ahora, ante todo, de
“evitar disidencia”, de mantener la estabilidad del pensamiento y
la acción comunitaria ante la fuerza contrasugestiva de la
personalidad y de otras posibles influencias capaces de “echar a
andar” el discurso interior en dirección inversa u opuesta a la
norma social, a la tradición, al cosmos mítico comunitario, es
decir, capaces de inducir la renuncia a actuar en correspondencia con
lo prescrito y compulsar a su intelección racional, crítica. La
historia humana ha sido pródiga en la forma de aplastar la
contrasugestión, es decir, en la producción de formas de
contracontrasugestión (Porshniev), desde la violencia física
hasta la legitimación discursiva del orden social que se realiza
haciendo referencia a la voluntad todopoderosa de dioses celestes o
terrenales. La persuasión mítica, de naturaleza enteramente
colectiva, tiene por destino abatir la contrasugestión, ante todo,
apelando al sentimiento de unidad comunitaria, a la figura del
“nosotros” que se hace consciente, vale decir, a la necesidad de
garantizar la continuidad del orden comunitario. A partir de este
momento, el pensamiento mítico arcaico “pasa a la defensiva”: la
extensión y consolidación del fenómeno de la contrasugestión
frente a la autoridad del verbo mítico marca el inicio de la
decadencia de su poderío absoluto.
42.
Epílogo. La sugestión mítica se asienta en un triple
supuesto tácito:
a)
todas las formas (esquemas, algoritmos, patrones, normas) de la
actividad están prefijadas por el modelo mítico (la tradición
comunitaria);
b)
el valor y la eficacia de este modelo está fuera de toda duda o
crítica y
c)
toda desviación del modelo es fatal para la colectividad.
Ser
miembro de la comunidad arcaica significa acatar las prescripciones
míticas, reconocerlas espontáneamente como fuente incuestionable de
toda eficacia práctica.. En este sentido, la sugestión mítica no
es realidad exclusivamente psicológica, sino y ante todo, una
realidad sociológica: su función es la de entronizar en el
individuo la oposición “nosotros - ellos”, garantizar su
socialización plena, la identidad que hace de su psiquis,
enteramente y sin resquicios, conciencia colectiva y, por esta vía,
asegurar la cohesión, solidez y permanencia del cosmos social. Este
punto de vista nos pone al margen de la falsa alternativa entre
psicologismo y sociologismo en la explicación científica del
pensamiento mítico arcaico: Se trata de una realidad social que
necesariamente tiene como momento la psicología individual. El
mecanismo de la sugestión constituye la mediación que identifica
ambos momentos.
*La batalla era contra la forma filosófica de autoexpresión de la dictadura castrista, instalada por ésta en la enseñanza universitaria. Uno de los principales promotores de la renovación a la que me refiero -el profesor Eduardo Albert- resultó víctima de la represión del régimen, y Rubén Zardoya aceptó claudicar a cambio de honores administrativo-burocráticos y otras prebendas.
*La batalla era contra la forma filosófica de autoexpresión de la dictadura castrista, instalada por ésta en la enseñanza universitaria. Uno de los principales promotores de la renovación a la que me refiero -el profesor Eduardo Albert- resultó víctima de la represión del régimen, y Rubén Zardoya aceptó claudicar a cambio de honores administrativo-burocráticos y otras prebendas.
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